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Era una de esas mañanas en las que la lectura del periódico provocabaun desánimo absoluto. Imagino que muchos de los que estén ahoraleyendo estas líneas habrán vivido una situación parecida. Pesimismo,indignación y desánimo eran mis sentimientos ante lo que ocurría enEspaña como consecuencia de la actitud del nacionalismo vasco.Esa mañana estaba con María San Gil, Vicepresidenta de la FundaciónVillacisneros, comentando la última deslealtad de los nacionalistas,las cuestiones eran recurrentes: excarcelación de terroristas, unidadde las formaciones independentistas ?legales o ilegales? en suchantaje al Gobierno de turno, demandas de impunidad y acercamiento de presos de ETA, ofensas a España y sus símbolos, coacción ydiscriminación permanente de los no nacionalistas, abandono de laIglesia a las víctimas y apoyo al diálogo para «solucionar elconflicto», adoctrinamiento en la educación construyendo un pasadoinexistente y fomentando el odio a España etc. Y todo esto, repetidoun día tras otro, ante una sociedad indiferente que aceptaba connormalidad la manipulación a la que era sometida por un régimennacionalista
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